Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Nunca fue tan difícil ser padre

        Cuando despertó con el único tono de su celular, un irritante escándalo que simula un gallo desafinado intentando un grito, el conserje se llevó las manos a las cabeza, hizo la señal de la cruz y salió de la cama tan rápido como el sudor se lo permitió. El aire acondicionado se dañó hace una semana y el técnico al que confió la reparación tiene igual número de días sin reportarse.
–Parece que tiene una fuga de gas –comentó el conocedor. –Aprieta, porque el kilo está en nueve mil y liga que el compresor siga bueno –mientras escuchaba, el conserje se hizo presa de la angustia.
El salario del conserje apenas alcanza para subsistir. Mantener la comida en la mesa es una tarea que ya no se logra con el incuantificable número de tigres que mata al día, pues el conserje, su esposa y dos hijas, han entrado en la estadística de aquellas familias venezolanas que redondean el día con solo dos comidas porque los ingresos no rinden para el desayuno, el almuerzo y la cena.
Además de cumplir con las tareas de costumbre, el conserje es buen oficiante de la jardinería, pinta los apartamentos, le guiña un ojo a la plomería e improvisa como electricista cuando la propina de algún bondadoso toca la puerta. Los fines de semana son para pasear con la familia en las colas de los diferentes abastos de la ciudad, así puede adquirir algunos productos y batallar contra los precios de la vida real, marcados por la legión de los bachaqueros.
Aquella mañana de septiembre, mes en el que la canasta básica se ubicó en 65 mil Bs., más de seis veces el salario del conserje, el hombre inició la jornada con un gigantesco pesar: la lista de útiles escolares para sus dos hijas. Rindió los cuadernos con los sobrantes del año anterior y pidió a su esposa hablar con las maestras de la escuela. –Dile que cómo hace uno si la resma de papel está en 3500 Bs. y esa es la mitad de lo que me gano al mes en esta vaina.
En su descanso del medio día, fue al mercado municipal con la intención de regresar con algunas provisiones. Su escándalo fue mayúsculo al ver que el kilo de verduras ascendió a 300 Bs., el de tomates a 380 Bs., el de cebollas a 400 Bs., el cilindro de mortadela de pollo aterrizó en 1100 Bs., y el cartón de huevos en 1200 Bs. En la acera, los bachaqueros vendían el kilo de harina de maíz en 250 Bs., el de leche en 800 Bs. y el de detergente en 450 Bs., todo imposible para un bolsillo ahogado y desnutrido.
Cuando la hija mayor, de apenas 10 años, preguntó al conserje por los planes de la familia para navidad, el padre, acogotado, tomó aire y dio cuenta de su pronóstico. –En diciembre veremos cómo hacemos. Ya sabes quién es el Niño Jesús y este año está más recortado. Haz visto todo lo que hacemos tu mamá y yo, pero nos organizaremos y veremos cómo resolvemos. Tengamos fe.
En un abrazo, el hombre pensó que nunca fue tan difícil ser conserje. De hecho, nunca fue tan difícil ser padre.
  
Ángel Arellano

domingo, 20 de septiembre de 2015

Crisis: el libro en Venezuela


         Una de las promesas de la Revolución Bolivariana tras su ascenso al poder fue la promoción de la educación y la lucha sin cuartel en contra del analfabetismo. Para ello se destinaron ingentes recursos a través de diversos programas sociales que sembraron un ambiente de prosperidad entorno a los resultados de proyectos bandera como las misiones Robinson, Rivas y Sucre.
            La administración Chávez acompañó estas iniciativas impulsando el fomento a la lectura y la entrega de libros en escuelas y comunidades. Para tal fin, se promovieron cuantiosos apoyos económicos en nuevas casas editoriales estatales afectas a los intereses de proyecto político chavista y potenciando otras heredadas de la república civil como Monte Ávila Latinoamericana y Biblioteca Ayacucho. A  la par, se fundó la cadena de Librerías Del  Sur, una red de establecimientos que ofrecen al público gran variedad de textos que comulgan con la línea discursiva del oficialismo.
            Esta práctica se mantuvo durante los años de Chávez y el inicio de Nicolás Maduro, aunque en el periodo de éste último, la crisis económica derrumbó cualquier expectativa en la industria editorial, ocasionando el desplome de la publicación de nuevos títulos, disminuyendo la importación de ejemplares e impactando negativamente el acceso al libro producto de la alta inflación registrada actualmente como la más alta del mundo.
            De acuerdo con la última edición del informe “El libro en cifras” del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), publicada en julio de 2015, durante el año 2014 Venezuela editó 3.199 títulos con Número Internacional Normalizado para Libros (ISBN, por sus siglas en inglés), 11,5% menos que en 2013. En el mismo período de tiempo, la vecina Colombia editó 16.031 títulos, Ecuador produjo 3.855 títulos, Perú 6.172 títulos y Cuba, con apenas 11,3 millones de habitantes y una economía sumamente limitada, editó 4.459 títulos.
            En la relación de exportación e importación de libros, Venezuela presenta números que distan de ser competitivos, pues, aunque las voces del sector editorial nacional han informado que esto ha favorecido al mercado interno influenciado por la coyuntura política, lo que a su vez ha potenciado el consumo de libros de historia, política, sicología, autoayuda, ensayos y periodismo, esta realidad ha distanciado al país del mercado global. Apenas $1.040.000 fueron percibidos por exportaciones de libros en 2014, en contraste con mercados más estables y prósperos como el panameño que recibió $2.537.000 en el mismo año, el argentino con $28.391.000 o el colombiano con $52.232.000. Pareciera que, rodeada por el crecimiento del negocio editorial en la región, Venezuela se sumerge en el sótano.
            Según el Cerlalc, Venezuela importó $21.239.000 en libros durante 2014, 44% de estos títulos dentro de América Latina y  el resto fuera de la región. Es necesario rescatar que los países con mejor perfil económico y mayor adaptación a la globalización (Chile, Brasil, Colombia, Costa Rica, México, Perú y Uruguay), están importando más títulos fuera de América Latina que dentro de ella, un comportamiento que busca el ingreso de conocimiento de mejor calidad proveniente de otras latitudes.
            Los tiempos en los que el gobierno Hugo Chávez inundaba las librerías estatales con publicaciones a precio de obsequio y las editoriales privadas lanzaban libros con tirajes de miles de ejemplares en virtud del dólar barato que permitía importar papel, tinta y material de impresión, quedaron atrás. Mientras la industria editorial crece en América Latina, Venezuela, el país que durante los años de la república civil fue cuna del vanguardismo literario, con un equipamiento envidiable para la producción y promoción de sus libros, ha quedado en el subsuelo, por decir lo menos.
  
Ángel Arellano

Las paradas se quedaron sin autobuses

(Versión original)

*
         Desde el fondo de la unidad observaba a ratos la fila de hombres y mujeres que soportan los treinta y ocho grados del calor oriental. Ese día, la brisa se había extraviado. Quienes viajábamos en el autobús no podíamos mantener la mirada en un objetivo fijo por mucho rato. Un puñado de segundos eran acompañados con diminutos movimientos en zigzag sugeridos por el tráfico de la avenida y las irregularidades del asfalto.
         “Ta’ vacía’o. Suba, suba. Cárcel vieja, chica, fuente”, gritaba el desesperado colector. Su modulación era tan rápida como atropellada. En un abrir y cerrar de ojos podía mencionar 5, 6 ó 7 estaciones. Las paradas no tienen nombre, son un grupo de puntos al azar en la dinámica popular, una repartición que se hizo en honor al bochinche, la idiosincrasia nacional. Las vías que conectan la zona norte de Anzoátegui están aderezadas por el diccionario de la costa y no por los cuadrantes del Plan de Desarrollo Urbano Local olvidado en los archivos de la burocracia.
         En un autobús de 42 puestos nos congregamos poco más de 60 personas. En la fila, la fricción de los cuerpos generaba molestia. “Esto huele a cabuya de marinero”, exclamó una señora miembro de ese club que en Venezuela no tiene beneficios, llamado la “tercera edad”. Acto seguido, el colector discutía con un grupo de muchachos de franela azul porque arbitrariamente la unidad decretó el rechazo a todos los boletos preferenciales. El pasaje estudiantil quedó sin efecto. La indignación era un acuerdo tácito.
         Finalizaba la tarde. Casi todos venían de su faena diaria, la mal pagada jornada laboral. Una docena de amas de casa sostenían con sus piernas las compras del día. Aquellos rostros mostraban la fatiga de muchas horas en alguna cola. Faltaban productos. El dato propagado por la televisión oficial que afirma que Venezuela es el país más feliz del mundo, era combatido por las almas que iban en el autobús.

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         La ruta exigía trasbordo. Cuando el colectivo se detuvo en alguna parada con un nombre no registrado, un mar de almas se había amontonado para subir. Esta muchedumbre tenía quizá una o dos horas esperando, un espacio de tiempo similar al que yo había demorado en el centro de Puerto La Cruz para conseguir un transporte que me llevara a casa.
         Las paradas se han quedado sin autobuses, cada vez son menos. No huyeron, siguen en la zona, pero no están en funcionamiento. Se encuentran en algún taller, algún galpón o terreno baldío, alguna calle o vereda cómplice que los recibe una semana, o dos, o varios meses, mientras el azarado chofer resiste la peregrinación de la búsqueda de los repuestos. Son rehenes de la escasez y la inflación.
         En la zona norte, por lo menos un 50% de los autobuses se encuentran inoperativos. El gobierno ha activado una manada de unidades chinas, rojas, con pantallas electrónicas para escribir vivas al socialismo y cuyo único atractivo es el aire acondicionado, pues corren con la misma suerte de los vehículos paganos. El canibalismo se apoderó de los estacionamientos de estos autobuses “revolucionarios”. Los mecánicos desarman uno para mantener a otro con vida. Es una especie de donación de órganos forzosa de la cual depende la existencia de ese paciente crítico que es la movilidad de los ciudadanos de a pie.
         Las paradas dan cancha a una larga espera. En algún momento, no tan lejano, sólo la acostumbrada señal con el brazo, o el agudo silbido de costumbre, detenía diversas busetas, carritos y autobuses de todos los tamaños que pasaban gritaban sus rutas en busca de clientes. Era un intento de competencia en un mercado que tenía muchos demandantes. Hoy día, pasan sin saludar, van saturadas de pasajeros. Paradójicamente, todos dentro del vehículo comparten la misma desgracia: el desabastecimiento los ha tocado, los altos precios los espantan y están aterrorizados por la inseguridad. Nadie se salva. Usuarios, colectores, choferes y vehículos son víctimas de los flagelos que vive la Venezuela actual.

***
         Una hora después, tomé una pequeña buseta. Las ventanas eran cuadros de cartón y cinta adhesiva que adornaban la estadía. El hombre tras el volante nos contó en el trayecto que durante un robo algunos disparos quebraron casi todos los vidrios. No obstante, la buseta sigue siendo un empleador importante: con ella se lucra el propietario que la alquila a un intermediario, quien se encarga a su vez de rentarla al chofer y éste recluta un colector, la más de las veces menor de edad. El vehículo cumple con la misión de alimentar todas esas bocas de la cadena. El intento es titánico, así la historia de todos los transportistas.
         En las paradas están miles, millones, esperando que la suerte caiga del cielo y les permita retornar a casa. Quienes no pudieron subir a la buseta, arrancaron la travesía a pie. Tiempo después, no sabemos si llegaron a casa. La calle, además de huecos, oscuridad y basura, tiene muchas balas, el único producto que no ha escaseado.

Ángel Arellano

domingo, 13 de septiembre de 2015

Sobre la escasez de autobuses


         Desde el fondo del autobús observaba a ratos la fila de hombres y mujeres que soportaban los treinta y ocho grados del calor oriental. Ese día, la brisa se había extraviado. Los pasajeros no podían mantener la mirada en un objetivo fijo por mucho rato. El viaje era acompañado con bruscos movimientos en zigzag sugeridos por el tráfico de la avenida y las irregularidades del asfalto.
            “Ta’ vacía’o. Suba, suba. ¡Cárcel Vieja, Chica, Fuente!”, gritaba el desesperado colector. Su modulación era tan rápida como atropellada. En un abrir y cerrar de ojos podía mencionar 5, 6 ó 7 estaciones. Las paradas no tienen nombre, son un grupo de puntos distribuidos al azar por la dinámica popular, una repartición que se hizo en honor al bochinche. Las vías que conectan la zona norte de Anzoátegui están aderezadas por el diccionario de la costa y no por los cuadrantes del Plan de Desarrollo Urbano Local olvidado en los archivos de la burocracia.
            En un autobús de 42 puestos nos congregamos poco más de 60 personas. En la fila, la fricción de los cuerpos generaba molestia. “Esto huele a cabuya de marinero”, exclamó una señora miembro de ese club llamado la “tercera edad”. Acto seguido, el colector discutía con un grupo de muchachos de camisa azul. Arbitrariamente la unidad había decretado el rechazo a todos los boletos preferenciales. El pasaje estudiantil quedó sin efecto. La indignación era un acuerdo tácito.
            Finalizaba la tarde. Casi todos venían de su faena diaria, la mal pagada jornada laboral. Una docena de amas de casa cargaban con las compras del día. Aquellos rostros mostraban la fatiga de muchas horas en alguna cola. Faltaban productos.
            Las paradas se han quedado sin autobuses porque éstos cada vez son menos. No huyeron, siguen en la zona, pero no están en funcionamiento. Se encuentran en algún taller, algún galpón o terreno baldío, alguna calle o vereda cómplice que los recibe una semana, o dos, o varios meses, mientras el azarado chofer resiste la peregrinación de la búsqueda de repuestos. Son rehenes de la escasez y la inflación.
            En la zona norte, por lo menos un 50% de los autobuses se encuentran inoperativos. El gobierno ha activado una manada de unidades chinas, rojas, con pantallas electrónicas para escribir vivas al socialismo, cuyo único atractivo es el aire acondicionado, pues corren con la misma suerte de los vehículos paganos: el canibalismo se apoderó de los estacionamientos de estos autobuses “revolucionarios”. Los mecánicos desarman uno para mantener con vida a otro. Es una especie de donación de órganos forzosa de la cual depende la existencia de ese paciente crítico que es la movilidad de los ciudadanos de a pie.
            Todos dentro del autobús comparten la misma desgracia: el desabastecimiento, los altos precios y la inseguridad. Nadie se salva. Pasajeros, colector, chofer y vehículo son víctimas de los flagelos que vive la Venezuela actual.
            En las paradas están miles, millones, esperando que la suerte caiga del cielo y les permita retornar a casa. Quienes no pueden subir al transporte, arrancan la travesía a pie. Tiempo después, no sabemos si llegaron a sus hogares. La calle, además de huecos, oscuridad y basura, tiene muchas balas, el único producto que se consigue en todos lados.
        
Ángel Arellano

jueves, 10 de septiembre de 2015

La violencia por encima de todo

En la imagen aparece Manuela Bolivar, líder de las nuevas generaciones y candidata a diputada por Caracas. Ella está embarazada. Hace unas horas fue agredida en las cercanías de una institución en cuyo membrete aun reza la palabra "justicia". 
Las hordas chavistas, siempre diligentes y prestas a cumplir las órdenes de sus amos radicales, agredieron con brutalidad a quienes se acercaron hoy al centro de la ciudad para exigir la liberación de Leopoldo López, toda vez que el Estado venezolano naufragó en la presentación de pruebas en su contra.
Manuela está bien. De acuerdo a la información que circula en las redes sociales, se encuentra en buen estado de salud tras huir corriendo del sitio. No obstante, como nada en el mundo de hoy es secreto, todo quedó registrado en fotografías que siguen ilustrando el altísimo nivel de conflictividad que patrocina el gobierno de Nicolás Maduro.
Junto a Manuela estaban otros dirigentes de Voluntad Popular congregados por la causa libertaria. De ese montón varios salieron heridos, y, Horacio Blanco, un viejo, falleció de un infarto durante la sacudida. Otro muerto más. Otra mancha de sangre en las manos del régimen. Que Dios lo guarde en su reino.
No preocupa tanto el enfrentamiento como la saña, la violencia y el odio con que el chavismo castiga a los opositores, quienes son venezolanos al igual que ellos, con los mismos apellidos, las mismas direcciones, la misma sangre.
Leopoldo y Venezuela siguen tras las rejas de la dictadura.

25 años de la muerte de Alfredo Armas Alfonzo

    Hace 25 años murió Alfredo Armas Alfonzo, escritor y periodista venezolano. Foto: Tom Grillo (1986).
    Nació en Clarines el 6 de agosto de 1921, y se fue temprano, a los 69 años, un 9 de noviembre de 1990.
    Escritor de "El osario de Dios", un texto preciosísimo que por ignorancia el Estado no lo entrega gratuitamente en los liceos de la región. Ganador del premio Nacional de Literatura, Armas Alfonzo fue precursor del realismo mágico en Latinoamérica.
    Duele mucho que en Clarines no exista una plaza pública, una bibloteca o un salón de lectura con su nombre, para recordar su extensa obra que merece ser mencionada:
    1949 Los cielos de la muerte. 1951 La cresta del cangrejo. 1953 Tramojo. 1954 Isla de pueblos. 1956 Los lamederos del diablo. 1967 Como el polvo. 1967 PTC, Puerto Sucre vía San Cristóbal. 1968 La parada de Maimós. 1969 El Osario de Dios. 1970 Los cielos de la muerte. 1971 Qué de recuerdos, Venezuela. 1971 Con los brazos abiertos. 1972 Agostos y otros difuntos. 1972 Cualquier ocaso. 1973 Siete güiripas para Don Hilario. 1975 Cien maúseres, ninguna muerte y una sola amapola. 1976 Cuentos. 1976 Las palabras de Guanape. 1977 La tierra de Venezuela y los cielos de sus santos. 1979 Angelaciones. 1980 Uno ninguno. 1980 Hierra. 1980 El Tigre: la raíz cercana de la rosa. 1981 Clarines bien lejos. 1981 Con el corazón en la boca. 1983 Hierba. 1985 Diseño Gráfico en Venezuela. 1987 Este resto de llanto que me queda. 1989 Cada espina. 1990 Los desiertos del ángel.

martes, 8 de septiembre de 2015

La frontera y el ajedrez


Cuando se sometió a discusión en la OEA el tema de la crisis fronteriza entre Venezuela y Colombia, cinco países votaron a favor de Venezuela y 17 a favor de Colombia, pero esto no fue suficiente para convocar una reunión de cancilleres con la finalidad de atender con urgencia la crisis fronteriza que ha producido el gobierno de Maduro dejando como consecuencia una estampida de más de 12 mil habitantes de la línea limítrofe entre el estado Táchira y el departamento del Norte de Santander neogranadino. La crisis se encuentra focalizada en un pequeño fragmento de la frontera, el más activo comercialmente, pues el resto de la línea, que colinda con Brasil y Guyana, adolece de vigilancia y atención.
En la reunión continental, Panamá y Brasil abstuvieron su voto. El primero para no afectar las gestiones de cobranzas de una cuantiosa deuda que tiene el Estado venezolano con el empresariado privado del país centroamericano, y el segundo, el gigante del sur, no desea generar sobresalto en sus relaciones económicas con ambas naciones. El comercio siempre va primero, lo humanitario puede esperar.
                Recordemos que Colombia votó en contra de la oposición venezolana en la OEA el año pasado cuando Panamá cedió su puesto para que la diputada María Corina Machado tuviera un derecho de palabra. Este hecho produjo la expulsión de Machado de la Asamblea Nacional. El gobierno colombiano ha consentido los actos arbitrarios del régimen de Maduro para no obstaculizar las negociaciones de paz con las FARC que se desarrollan en Cuba, toda vez que el Estado venezolano es el principal socio de la isla comunista y de los cuerpos terroristas que intentan un acuerdo beneficioso para su incorporación a la vida política lícita en el vecino país.
En esta reedición de la crisis fronteriza con Colombia no hemos escuchado a nadie del gobierno chavista hablar de “guerrilla” ni de “narcotráfico”. Son términos ajenos a la discusión. La administración de Nicolás Maduro, en un nuevo intento por calentar el clima político de cara a las elecciones parlamentarias y evitar referirse a la crisis económica que atraviesa Venezuela, ha dedicado todo su esfuerzo a posicionar el “contrabando” como la actividad por excelencia que ha generado la escasez, y a los “paramilitares”, socios de Uribe, de Obama y de los sectores opositores, como operarios y protagonistas de esta acción delictiva.
                Ni una sola palabra se ha dicho sobre los municipios fronterizos del estado Apure que son controlados por la guerrilla, ni de las mafias del oro y la extracción de otros minerales en el estado Amazonas, el estado Bolívar y el territorio Esequibo. La atención no está puesta en el problema, sino en el espectáculo: miles de familias cruzando el río Táchira con algunos enseres a cuestas huyendo de la demolición masiva de ranchos y casas, crónicas de lamentos que huelen a pobreza y a olvido de grandes barriadas que fueron ceduladas por Chávez para que votaran por la Revolución y ahora han sido echadas como perros sarnosos. El cólera que esta acción violatoria de los derechos humanos (aun cuando la OEA y la ONU se han tapado los ojos) ha producido en la hermana Colombia, es monumental. Sin embargo, con la presión que Venezuela puede generar a través de las FARC en la mesa de negociación, y entendiendo que para el gobierno de Santos la prioridad es lograr la paz, todo esto pasará como otra travesura de Miraflores.
                Veremos pues en las próximas semanas algunos acuerdos entre ambos gobiernos y poco a poco se irán estabilizando las relaciones con ciertas “condiciones” que tendrán más de tratados retóricos que de tareas por cumplir. El chavismo juega el ajedrez en la frontera y toda la opinión pública lo sigue. Ante la falta de petróleo y recursos, el gobierno ha buscado otros mecanismos para ganar la atención absoluta. Hunden la aguja en la carne pero en la otra mano tienen el dedal.

Ángel Arellano

sábado, 5 de septiembre de 2015

¿Quiénes se van y quiénes se quedan?


Diáspora y sentido de nación en Venezuela: debate en clase

Por Ángel Arellano

            Parte de nuestro programa en el Taller de Análisis y Comprensión de Mensajes de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Santa María en Barcelona ha sido la discusión en base a textos de autores venezolanos sobre diversos temas vinculados a lo social: historia, economía, política, sociedad, literatura... Es un intento por estimular la reflexión en la clase. Los alumnos, recién llegados a la mayoría de edad, debaten, contraponen ideas y buscan consenso luego de exponer una diversidad infinita de argumentos, experiencias y recreaciones hipotéticas a partir del texto en cuestión.

Straka y la diáspora. Énfasis en la “Generación X”

            Esta vez realizamos una discusión socializada sobre el ensayo “La larga tristeza” del historiador y profesor de la Universidad Católica Andrés Bello, Tomás Straka, publicado en la revista Debates Iesa (vol. XVI, N° 4, octubre-diciembre 2011, pp. 90-93) y recogido en su libro más reciente, “La república fragmentada” (Alfa, 2015). En estos párrafos, el autor establece similitudes entre los emigrantes venezolanos de antes y los de ahora. Motivaciones, circunstancias y manifestación del destierro en la literatura nacional. “La larga tristeza” que no ha cesado. El venezolano, ni ayer ni hoy, aun cuando ha pasado por momentos envidiables de bonanza, ha dejado ir la amargura del extrañamiento, el sinsabor que sienten los que se van de su terruño.
Como suele suceder en nuestra paradójica historia, existe una contrariedad: hubo una generación de ciudadanos, la llamada “Generación X”, nacida entre los años 70 y 80, que a pesar de contar con estabilidad social en la Venezuela de paz, expectativa y abundancia de aquellos tiempos, no se incorporaron a la vida política. Dentro de sus preocupaciones figuraban necesidades individuales por encima de las colectivas. La generación antisistema. Alejados del modelo político que caía en picada. Los menos se apuntaron a la crítica y los más a obviar lo que sucedía en sus narices. Sin renovación, el sistema colapsó y con él la democracia. Poco tiempo después solo cenizas quedaron del viejo orden institucional. Recojo una interrogante del autor: “¿Cómo es posible que los bien alimentados, vacunados y estudiados venezolanos que nacieron entre finales de los sesenta y mediados de los ochenta, la llamada Generación X, se desinteresara tanto por la política y por lo social?”.
            Straka reflexiona sobre las promesas incumplidas, la adicción a la renta y la dependencia de un centralismo que ha financiado un país ficticio con la entrega de dólares baratos. La nación es un conglomerado expectante a la emigración, y ésta, ha terminado siendo una aspiración y no una condena como en tiempos de Guzmán, Gómez o Pérez Jiménez. Sobre esto debatimos en clase. Para mi sorpresa la comunidad estudiantil, muy a diferencia de lo que pude creer en algún momento, se encuentra sumamente informada al respecto. Sus fuentes de información son los parientes, amigos y conocidos que escuchan todos los días con cuentos difíciles de digerir y dramas que pasman hasta al mejor pintado. El autoexilio o la huida, en contraste con quienes alegan que “es primera vez que en Venezuela la gente anda saliendo en desbandada”, es un tema con antecedentes que llegan al Siglo XIX, cuando el Estado independiente entró en operaciones y el territorio en ruinas que libró la épica de la descolonización, asumió su propio camino.

El debate en clase

Un interesado alumno en una primera intervención sobre el tema, expresó que la diáspora muestra contradicciones entre las que toma un lugar principal el desconcierto y la indecisión personal ante el escenario de abandonar el país. Enmanuel: “Pasa algo mal, la gente se va. Pasa algo bien, la gente se queda. Falta ese sentido de nación, de arraigo, que pareciera no tenemos”. El debate se orientó hacia la idea de nación, muy estimulada por el gobierno pero poco asimilada por una sociedad que sufre las consecuencias de una democracia clausurada y unas condiciones de vida deprimentes. Venezuela está en el foso de cualquier estadística, por optimista que sea. Según los alumnos de la clase, “el nacionalismo es el sentimiento de hacer todo por nuestra tierra y llevar el nombre del país en alto”. Bonita interpretación. Podemos dedicar un sinfín de líneas en dar orden a un concepto de nacionalismo, pero esta acotación no deja de ser cierta y, por lo demás, ilustrativa en el sentido de complementar el significado del término. “Hacer todo por nuestra tierra”. ¿El venezolano está haciendo todo por salvar su tierra? Una pregunta que genera intervenciones. De inmediato se aproxima Marcel: “El patriotismo es falso, ¡no existe! Pero debe existir. Hay que crearlo”. Ante la aseveración del joven surge la inquietud de una frase de Uslar Pietri que endereza la discusión: “Carecemos de una visión del pasado suficiente para mirar nuestro ser nacional en toda su compleja extensión y hechura, carecemos de historia… como explicación del pasado y de historia como empresa de creación del futuro en el presente”. Por otro lado, las columnas de opinión de los periódicos del día gritan que hay exceso de historia, que se habla más del pasado que de solucionar los problemas vigentes. “¡Propaganda no es historia!”, exclamó una voz  desde el fondo del salón.
            Juan Alberto decidió expresar su desaprobación a la emigración y lo hace con una construcción común: “vámonos pa’ los ‘yunaiti’, pa’l imperio, dicen muchos… y llegan allá a limpiar y a estar de últimos”. Surgen otros brazos que se extienden para asentir a una explicación breve: si bien el emigrante llega a un territorio extraño para ubicarse de último en la fila (eso de dejar de ser cabeza de ratón aquí para ser cola de león allá), abundan los testimonios (como publicidad para los que se van) de quienes con una mano adelante y otra atrás, primero como barrenderos y lavaplatos, y luego en franco ascenso, se han incorporado a la clase media consolidada de su país destino  en menos de una década, cuando no a través de un salto increíble o con una suerte sorprendente, aun cuando ésta no sea la constante ni la totalidad de los casos lleguen a buen puerto. Esa aseveración gana el consenso y todo queda en un “es relativo”, sin embargo, la idea de luchar por cambiar la situación actual, el escenario detestable de la crisis económica, sigue latente.


Entre lo personal y lo colectivo

            La sociólogo ucevista Maritza Montero, refiere en “Ideología, alienación e identidad nacional” (1984) que el problema de la conciencia nacional es “una necesidad básica, expresada una y otra vez, como crítica, como sentimiento carencial, como acusación y como queja, y cuyo estudio y comprensión se presentan como imprescindibles en una sociedad que aspira a desarrollarse y que ha adquirido conciencia de su subdesarrollo”.
            Prosigue Marcel y despeja el debate con una línea que enciende las participaciones: “Los que se van buscan su felicidad personal, no el bien colectivo”. En un país en el que un evento llamado la “Expomigra” realizado recientemente en un lujoso hotel de Caracas, resulta un gran acontecimiento para la clase pudiente, pareciera que el asilo, el exilio o la emigración es parte del espectáculo. Acto seguido aparece un punto de encuentro para todos los participantes de la clase: quienes se han establecido fuera del país durante la última década lo han hecho persiguiendo su realización personal y abandonan las causas en contra del autoritarismo chavista. Empero, algunas muestras como las protestas internacionales simbólicas y la movilización de venezolanos en diversas instancias continentales y globales minaron de imprecisiones este comentario. Todavía se mantiene en el recuerdo la caravana de Miami a New Orleans para votar en contra de Nicolás Maduro, o la protesta de “No + Chávez”, o las concentraciones en Paris, Madrid, New York, Buenos Aires, Sao Paulo, Lisboa o Moscú en protesta contra el asesinato, tortura, violación y represión a estudiantes universitarios. Pareciera que la cortísima memoria nacional aun resguarda estos acontecimientos, frescos en el calendario, aunque no sabemos hasta cuándo.
            “¿Por qué se van? ¿Cómo decirles que no se vayan?”.
De repente el aula se sumergió en un breve silencio, acuerdo invisible por las partes. Duró un par de segundos y la clase comenzó a generar reflexiones orientadas hacia las miles de razones que justifican, o intentan justificar, el éxodo de venezolanos. ¿Cómo decirle a los muchachos que tienen algún oficio o que han salido de la universidad que deben encomendarse a los santos y fotocopiar una pila de currículos para conseguir, con suerte, algún empleo mediamente bueno y medianamente formal? ¿Cómo decirle al joven cuyo salario miserable no cubría los gastos básicos y se retiró del trabajo para dedicarse a la reventa de alimentos y productos de primera necesidad, que su futuro está en las colas y el bachaqueo y que evite pensar en salir espantado al extranjero? ¿Cómo detener a los hijos que lloran la pérdida de un familiar a manos del hampa o que no superan el traumático suspenso de aquel secuestro que arruinó a la familia tras pagar por la libertad del padre o del tío o del abuelo o del primo recién nacido? ¿Cómo decirle a la madre primeriza que no huya por la frontera o en el vuelo que logró conseguir luego de semanas intentando despegar desde Maiquetía cuando su cría vive de convulsión en convulsión a causa de la escasez de remedios para la fiebre? ¿Cómo frenar a los bachilleres de cualquier rincón de la patria cuando en su última clase el profesor pregunta a los presentes “qué harán al salir de aquí” y varios no disimulan para responder que su deseo es establecerse en cualquier país menos en éste que interpretan como una atmósfera de caos continuo y sin mejora aparente?
Agrega Enmanuel: “Existe una crisis de reconocimiento, de que el profesionalismo se sienta premiado por su esfuerzo y sacrificio”. Es pertinente traer a colación un fragmento del mencionado ensayo de Straka: “Es cierto que hay otros que han escogido el camino de las luchas políticas para cambiar las cosas con una ilusión y un misticismo de las mejores generaciones de la historia. No sabemos si terminarán con una tesitura moral como la de los gomecistas (…) ahora, como ciento diez años atrás, para muchos venezolanos la ‘visa para un sueño’ empieza a significar bastante más que una canción”.
            En mi primera clase como profesor universitario hace un año y medio hice una consulta entre los estudiantes: “levante la mano a ver quien considera necesario irse del país por la situación actual”. De 35, apenas nueve reaccionaron negativamente y, entre ellos, la respuesta fue común: “nosotros no nos vamos porque no tenemos cómo. Y además, ¿con quién dejamos a la familia?”. No todo es pesimismo, o no todo es una búsqueda interminable de excusas para correr fuera de Venezuela. Los estudiantes de la clase se expresaban con claridad. El texto de Straka incorporó referencias documentales importantes extraídas de la literatura nacional.
En el aula se mantuvo la búsqueda de un nuevo consenso, esta vez sobre una posible solución al problema. Alejandro pronunció una frase que arrojó luz al respecto: “Hay un sector del país que tiene la esperanza de que todo el que ha emigrado o los que están por emigrar traigan a su regreso ideas para innovar y salir adelante”. Es decir, lo que él percibe, refrendado por la mayoría de sus compañeros, es que muchos de los que emprenden en otro territorio regresarán cuando consideren a bien hacerlo, o cuando el país se los permita, o cuando la situación económica, política y social sea atractiva o medianamente estable para invitarlos a volver, para traer planes de progreso: nuevos proyectos, nuevas formas, nuevos métodos que promuevan el crecimiento y el desarrollo. Además, los que retornarían, partiendo del planteamiento de Alejandro, serían personas particulares, capital privado que se sumaría a la actividad empresarial, comercial, industrial, no gubernamental ni pública. Ideas para explorar un paraíso poco explotado y bastante perseguido por la Revolución Bolivariana: la libre empresa. En el mismo espíritu se sumó Nazareth, resistiéndose a que la crisis del sistema socave todas las iniciativas de la sociedad: “no te puedes estancar aunque el país así lo quiera”. Salir adelante. Un aliento extraviado en un país que asusta.

¿Quiénes se van y quiénes se quedan?

            Para terminar, cabe preguntar: ¿Quiénes se van? Los que desean huir, salir disparados de esta realidad terrorífica. La mayoría son jóvenes. Ellos venden su laptop o el Playstation o el vehículo que coronó todos sus ahorros o las pocas pertenencias con las que contaba su inventario y compran un boleto para partir a las buenas de Dios, o toman carretera y huyen por la frontera de Colombia o Brasil, o zarpan hacia Trinidad y de ahí en adelante trazan nuevas rutas como polizontes.
¿Quiénes se quedan? Los pobres. Los que no tienen cómo aliviar el hambre o cómo pagar el cada vez más costoso transporte público. Estos, son la mayoría. Abundan. Superan en número a cualquier otro renglón de la sociedad, aunque cada vez incrementa la igualación de la sociedad hacia abajo. La única igualdad que logró el gobierno fue la de lograr que todos carecieran de la libre adquisición de productos de primera necesidad. 16% de los venezolanos que habitan las áreas rurales comen una o dos veces al día. En las zonas rurales esta estadística llega al 35% de la población (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, mayo 2015). El hambre es una constante y quienes tienen hambre no pueden emigrar porque sus preocupaciones son la subsistencia, no la mejoría de sus condiciones, si es que la migración pudiera de verdad lograr eso para todos.
En contraposición con esto, si sabemos quiénes quedan luego de la estampida de la clase media y de los jóvenes, estudiantes, emprendedores, técnicos y profesionales, ¿qué grupos están quedando dentro del país para su eventual recuperación? ¿Quiénes permanecerán integrando las élites políticas, sociales, económicas y renovarán los puestos de comando cuando el sistema lo requiera? Valdría decir a manera de respuesta que el mejor recurso humano de la nación, los profesionales con currículo calificado en áreas especializadas, con mayor experiencia y oportunidad de diversificar sus funciones por el manejo de idiomas y otras destrezas agregadas, es el que se encuentra o fuera del país, o en trámite para irse. No en balde entre las miles de solicitudes que colapsan el sistema de asignación de citas para legalización de documentos en el Ministerio de Educación Superior y apostilla en el Ministerio de Relaciones Exteriores se encuentra lo mejor de cada aula, los alumnos más resaltantes y los profesionales más destacados en sus áreas de conocimiento. Dejan el país, desde luego, con un creciente vacío de cerebros que será necesario en un eventual cambio de gobierno. Sin embargo, en los blogs y páginas de Facebook en donde se agrupan cientos de miles de venezolanos que se establecieron en todo el mundo, se lee la intención real de muchos: “Hola, es Mila Alvaray. Soy maracucha y tengo meses que me vine a Argentina. Estoy aquí esperando que la cosa mejore en Venezuela. No sé cuánto dure por estos lados. ¿Saben dónde puedo comprar arepas en esta ciudad?”; “Saludos. Por acá Martín González. Abogado y profesor universitario. Vivo en Ciudad de Panamá pero pronto viajaré a Lima. Vengo de Carúpano pero la situación del país me hizo salir a buscar oportunidades. Me anexo a este grupo para mantener contacto con ustedes”.
La “Generación X” se ocupó de las necesidades individuales y obviaron la realidad colectiva cuando a la par el sistema democrático caía por un despeñadero. Cuando el rentismo colapsó, lo hicieron también las aspiraciones de aquellos jóvenes que crecieron rodeados de antipolítica. Por otro lado, la generación actual, conformada por los que huyen de la crisis y los que la viven en carne propia sin expectativa de salir de la rutina, ha estado atenta a la evolución del autoritarismo que, al igual que el resto de los gobiernos centralistas, se apoyó en el control de los recursos (renta) y el reparto de dólares baratos para posicionarse y adueñarse del Estado. Ahora, tras presenciar el control absoluto de todos los poderes por parte de un partido único, toca pensar con qué recurso humano Venezuela relevará a los que hoy la han llevado a sus circunstancias más dramáticas y vergonzosas. Si los más capacitados partieron a nuevas tierras persiguiendo sueños recalculados en otros escenarios, queda el resto, los que no se irán, luchando por una bocanada de aire a medida que la crisis avanza. ¿Quiénes se incorporarán a liderar el cambio necesario? ¿Quiénes estarán en la vanguardia de las transformaciones? El país sufre a consecuencia del gobierno de los peores de su generación y el reemplazo no puede ser otra vez lo peor de las nuevas camadas de venezolanos.